Ayuno de Esther - 20 de marzo del 2000 - 13 adar II 5760
Purim - 21 de marzo del 2000 - 14 adar II 5760
ver también dos Parasha que mencionan la fiesta de Purim:
PURIM:
UNA
MUJER LLAMADA ESTER
EL
PODER DE LA BELLEZA
Purim significa
"echar la suerte". Hace muchos años en Persia se echó la suerte para
determinar el día en que se exterminaría a todos los judíos del reino. El
viento de la suerte, luego, trocó su rumbo. De la tristeza surgió la alegría
y fue la fiesta llamada Purim. La
historia de esta fiesta tiene un nombre central: Ester.
Era
bella. Hubo otras mujeres bellas de las cuales la Biblia se hace eco. Sará,
Rajel, Betsabé, la Sunamita. Y muchas más. Pero la belleza de Ester dejó su
impronta en su destino. Un destino que ella eligió. La belleza la condujo al
trono real de Ajashverosh, corona de Persia y de innumerables países y estados.
Una reina judía en tierra extranjera.
Y
ahí, en tierra extranjera, ahí en las cumbres de un trono hecho de pedrerías
y sutilezas diamantinas, ahí debía descubrir su judaísmo. Entonces olvidaría
que era bella, y que era reina, y recordaría lo que había olvidado: que era
judía.
Tenía
dos nombres. Uno hebreo, Hadasá. Otro extranjerizante, al parecer de origen
persa, Ester. Se popularizó su segundo nombre. Ella misma, tal vez, lo prefería.
Pero el nombre no es el hombre. Y por más que "Ester" apuntara a
"Astarté", bella diosa oriental, finalmente despojóse Ester de sus
vestiduras regias y de su nombre mitológico para "descender" a la
altura suprema de su pueblo, de su origen, de su drama. Finalmente fue heroica.
Era
una niña huérfana. Su pariente más cercano, Mordejai (también nombre
no-hebraico) la había criado y cuidado como a una hija. Más no sabemos sobre
los años juveniles de Ester. Sabemos que fue llevada a la corte real para
formar parte de la pléyade de mujeres bellas reunidas de todo el reino y que
postulaban tácitamente la candidatura de reina-esposa de Ajashverosh.
Este
rey no se distinguía por su inteligencia, en cambio descollaba por sus riquezas
y, al parecer, por su debilidad frente y respecto del sexo femenino. No sabemos
si Ester fue con voluntad complaciente a las cortes del gran rey. Según sugiere
el texto bíblico los esbirros del rey no consultaron su voluntad. Mordejai fue
detrás de ella. Desde lejos velaba por ella y por su destino.
Cuando
Ester llegó a palacio "no reveló su origen, porque así le había
aconsejado Mordejai". El texto es explícito. Ester ocultaba su judaísmo.
¿Por qué lo hacía? ¿Acaso temía Mordejai que le hicieran daño a su hija
adoptiva? ¿O, tal vez, si se revelaba el judaísmo de Ester quedaría
descartada como candidata al sillón real? No podríamos decidir cuál es la
respuesta más acertada. Quizás ambos motivos conjuntamente presionaban sobre
el ánimo de Mordejai y de Ester. Quizá. Nebulosos son los caminos del corazón
e imprevisibles los senderos de la historia.
Ester
fue la elegida. Era la más bella. Ajashverosh quedó prendado de su belleza.
Todos los cortesanos estaban encantados de ella. Era algo más que belleza. Era
la persona misma la que atraía y fascinaba. Era Ester, la judía, aunque nadie
supiera su judaísmo.
Primero
no reveló su origen. Más tarde, es evidente, desde las alturas regias en que
estaba colocada, olvidó Ester su
origen.
¿POR
QUÉ FALTA D_OS?
Año
a año leemos el libro de Ester en Purím.
Y se renueva constantemente nuestra admiración porque en este libro bíblico
no figura el nombre de D_os. Muchas generaciones insistieron admirativamente sobre este
interrogante. No se han hallado respuestas satisfactorias. No podemos creer que
el autor se haya "olvidado" de mencionar a D_os. En cambio si podemos
creer que los judíos coetáneos de Ester, viviendo en la diáspora, en la
opulencia y en la comodidad, hayan olvidado el nombre de D_os. Bien profetizaba ya Moisés que el pueblo, cuando reposara en la
opulencia y en la comodidad, correría el peligro de olvidar el nombre de D_os,
lo que equivale a olvidar el propio origen, la propia imagen. La literatura -en
este caso el libro de Ester- es espejo de la realidad.
Habla
un hombre que no olvidaba. No era judío. Se llamaba Hamán. No le preocupaba D_os,
pero le preocupaba el pueblo de D_os, el judío Mordejai que se negaba a
arrodillarse delante de él.
Hamán,
primer gran teórico del antisemitismo, recordaba a los judíos. Y se lo recordó
a Ajashverosh: "Hay un pueblo disgregado y disperso en el mundo que no
cumple con la religión del rey". Merecían la muerte. Ajashverosh era muy
amante de festines. La muerte de los judíos seria un festín más. Llegó la
noticia a oídos de Mordejai. Y de su boca a los oídos de Ester. "Y se
estremeció la reina". Ese estremecimiento despertó el judaísmo de Ester.
Y
la bella Ester hubo de elegir entre las púrpuras del reinado y la salvación de
su perseguido pueblo. Eligió. Pertenecía a ese pueblo destinado a la muerte.
Entonces percibió que era carne de su carne, que no había evasión posible.
Ester la judía se presentó ante el rey Ajashverosh. Ese es el momento
culminante de su grandeza. No su belleza; tampoco su ascensión al trono;
tampoco su regio esplendor. Fue el momento culminante de su grandeza cuando
heroicamente desgarró todos los velos delante del rey para revelarle su corazón
judío. En ese mismo momento ingresó Ester al corazón del pueblo hebreo y de
su historia.
EL
FRACASO DEL ANTISEMITISMO
Todos
conocen la historia. Fracasó el plan antisemita de Hamán. Venció, en cambio,
el sublime heroísmo de Ester. Y fue la luz. Como dice el texto: "Y para
los judíos fue la luz, y la alegría, y el alborozo, y el honor".
Fue
la primera fiesta de Purim. La fiesta
de Ester, de la mujer que identificó delante del rey: "mi pueblo" y
"mi alma". Finalmente descubrió que de su pueblo dependía su alma.
Mordejai y Ester creyeron comprender, repentinamente, el profundo sentido de la
historia: Ester no había llegado al trono para su propia gloria y honor. Llegó
tan alto para llegar más alto aún: para salvar a su pueblo, para identificarse
con su pueblo.
Ester,
la hermosa Ester, se parangona en este sentido con José, el hijo de Jacob,
también él ponderado por su belleza e inteligencia. También José ascendió a
alturas ministeriales en la corte del faraón, en Egipto. También él, para
salvar a sus hermanos, a su pueblo. También él hubo de reconocer que sus pasos
se engarzaban en un designio histórico superior. Por eso pasaron a la historia
José, Ester.
Nadie
sabe exactamente cuándo sucedió esta historia. Algunos escépticos llegan a
sugerir que se trata, en verdad, de una leyenda o fantasía popular. No
entraremos a discutir el tema. Consideramos que es una historia cierta. Nos
ocurrió a nosotros. Y no una vez. Repetidas veces. Una historia que,
lamentablemente, se repite. "Un pueblo. disgregado y disperso en el
mundo."
Nombres
hebreos suplantados por nombres extranjerizantes. Nueva vieja historia. También
cambian los nombres de los pontífices del antisemitismo, pero la esencia es
siempre idéntica. Y judíos que ascienden alto, muy alto, en cortes
extranjeras. Y olvidan su origen.
Esporádicamente
olvidó Ester. Pero tornó a recordar. Volvió y contempló su auténtica y
original imagen. Ya no era mera belleza resplandeciente en la superficie, de
heroísmo. Esta belleza merece ser recordada e imitada.
Entonces
se disipan las tinieblas y es la luz. Y para los judíos fue, la luz, y la alegría,
y el alborozo, y el honor.
(El
texto ha sido extraido del libro "Introducción al Judaísmo" de Jaime
Barylko)